Participantes: Corina Fortoul, Adriana Boccalon, Javier Mesa (fotográfo naturalista), Carlos Silva y Miguel Navarro (guías Piaroas), Edilia C. de Borges. Asesor:Alberto Blanco.
Lo ignoto siempre ha sido para mí como un imán, así que me dejo llevar por mis emociones una vez más y concibo un viaje que colme mis ansias en éste sentido. Y nada mejor para ello que internarme en la alfombra verde e infinita de la selva amazónica, en la más remota frontera del país. Invito a unas a amigas a participar contagiándoles de mi entusiasmo. Ahora sólo resta revisar mapas, buscar asesoramiento, solicitar contactos, investigar transportes y ya, tenemos en negro y blanco un itinerario interesante. Tendremos siete días para ejecutarlo.
JUEVES 3:
Son las 7.30 p.m., nos encontramos en el terminal de autobuses de La Bandera. Luego de sortear aquél “mercado persa” de gente viajera y de forcejear con nuestros bártulos para que cupiesen en el reducido espacio maletero de un armatoste remedo de “bus-cama ejecutivo” (única línea que viaja a nuestro destino en el Edo. Amazonas), al fin logramos instalarnos en sus no muy cómodos asientos, respiramos hondamente, secamos el sudor de la frente y suspiramos profundamente con la esperanza de tener un viaje tranquilo que nos permita dormir durante el trayecto. Vana ilusión. La población flotante en Caracas se moviliza a sus terruños de origen y por ello el tráfico de vehículos de todo tipo es abundante. Para llegar al primer peaje de la salida de la ciudad y así después de éste muchos otros, las “colas” son largas y monótonas.
Con nosotros también viaja un grupo de religiosos de no sé que secta, que les da por “desentonar” himnos y contar parábolas e historias..Me digo para mis adentros: Ya se cansarán, paciencia que el sueño les vencerá y se callarán. Un poco tarde , pero así sucedió. Corina y yo, matamos el tiempo en una conversa amena y agotados los temas decidimos dormir.
Ni cuenta me dí cuando pasamos el Edo. Guárico y ahora en Apure me despierto. Llegamos al primer pase del río: Puerto Páez sobre el Orinoco, hay que atravesarlo en una gabarra. Es período de lluvia y la inundación es muy grande. Es difícil el acceso al embarcadero. La cola de vehículos se extiende por kms., la capacidad de la gabarra es pequeña, así que la espera se alarga en casi 2 horas, aún cuando la prioridad de subir es para los autobuses con pasajeros. Sólo dos o cuatro ranchos donde expenden chucherías, empanadas, refrescos y café “cerrero” para engañar el hambre y distraer a la gente. Una mesa y dos guardias nacionales que impávidos tratan de penetrar la oscuridad con la mirada. No se ve nada alrededor mío cuando ya estamos sobre el agua, menos mal que la travesía es corta, porque el sólo oír el chapoteo y ronroneo del motor me intranquiliza.
Ya en la orilla subimos al autobús de nuevo. Esta odisea con intervalos aproximados a los 45 minutos se repetirá dos veces más esta noche. Todo esto retrasa nuestro viaje por mucho tiempo.
VIERNES 4:
Al fin llegamos a la capital del estado: Puerto Ayacucho. Son casi las 11 de la mañana. Allí en el terminal de autobuses oigo que alguien me llama por mi nombre. Volteo y en un pretil sentada, con toda la paciencia de Job retratada en su rostro, está nuestra otra compañera de viaje: Adriana. Desde las 8 am., está aquí procedente de Puerto Ordaz donde reside. Ahora somos Corina, Adriana, Javier (el fotógrafo) y yo.
Reunidos los cuatro, se nos acerca un señor jovial y atento: Henry, el operador turístico y detrás de él Carlos y Miguel, jóvenes muy serios. Su perfil indígena los identifica, nuestros guías en la selva. Se carga el equipaje en el anexo de la confortable camioneta donde subimos nosotros rumbo al puerto de Samariapo, dista 1 hora.
Desde la carretera podemos admirar el monumento natural “Piedra de la Tortuga”, roca de granito de formación zoomórfica con vegetación litófila, semejante a una gran tortuga.
Puerto Samariapo: 12 am. Una explosión de luz y calor nos recibe. Vibra el entorno con el movimiento constante de los hombres, en su mayoría ocupados en acarrear víveres, enseres, materiales, variada mercancía, en los aparentes frágiles “curiaras o bongos”, lo más popular en transporte en el intercambio comercial entre Amazonas y Bolívar.
Se impone la presencia de representantes de grupos étnicos como Guahibo, Piaroas y uno que otro Yekuana y Yanomami. Dialectos secos, rápidos, sonoros y cortos se entremezclan con el pronunciar altanero del porteño.
El puerto de embarque es pequeño para tantas embarcaciones: lanchas voladoras, curiarias grandes y pequeñas (éstas son prácticamente el medio de vida en el territorio), en ella se pesca, se transportan productos, se hacen visitas a comunidades cercanas o se emprenden largas expediciones.
Bajamos de la camioneta y mientras se ultiman los detalles embarcando todo lo necesario para nuestro viaje, los pasajeros nos refugiamos en un rinconcito de sombra y bebemos refrescos fríos y tomamos fotografías. Ya todo listo en nuestro bongo con poderoso motor fuera de borda. Una foto de todo el grupo antes de partir. Desde la orilla Henry nos despide y suavemente comenzamos a navegar por las aguas cenagosas y aceitosas. Plácida y rápidamente comenzamos a remontarlo. Sabrosos emparedados y jugo bien frío con gentileza nos ofrece Carlos. Miguel es el experto motorista, tendrá esta tarea mientras dure la travesía.
Todos estamos en silencio, ensimismados, abstraídos, absortos en nuestros pensamientos y en el paisaje. Un océano viviente de vegetación y aguas, que cubre y ahoga todo cerro, roca, risco. Es un vértice primitivo que vive en los confines de la civilización.
Transcurrida al menos 1 hora, Carlos nos ofrece un refrescante baño en una ensenada formada por grandes rocas y arena de piedras molidas muy finas. Está fresca el agua, un buen rato disfrutamos del gratificante placer.
Navegamos por cuatro horas hasta llegar al que sería nuestro primer campamento: “Barranco Tonina” cerca de una comunidad indígena del mismo nombre ubicada en lo alto de un profundo barranco frente al río, pero que con la crecida del mismo, en estos momentos se encuentra al nivel de él. El barranco desapareció. El campamento está bien construido, se trata de 3 caneyes amplios separados entre sí que hacen función de comedor, cocina y dormitorio. Incluso bastante apartado un rústico y discreto baño.
Está algo retirado del río, trasladamos nuestras cosas y mientras cuelgan nuestros chinchorros y mosquiteros (hay bastante plaga) y preparan la cena, nosotras las damas, aprovechamos de darnos un chapuzón cerca de donde se ancló el bongo.
Una muy rica cena y la sobremesa aderezada con la conversación de anécdotas y cuentos del Sr. Martín, (etnia Piaroa, dueño del campamento). Nos habla de los juegos deportivos que se celebran en esos días entre comunidades, de las plantas que ha sembrado (nos las enseña) y nos previene de la aparición brusca del “camisa rayada”, inferimos que es un tigre o cunaguaro..¡Sustote!. Su amena conversa se termina, es tarde y nosotros nos “enchinchorramos” para dormir toda la noche tranquilamente, aunque… de reojo en la oscuridad tratamos de vislumbrar los brillantes ojos del “carnicero asesino camisa rayada”.
SABADO 5:
Llovía mucho esta mañana. Javier se levantó temprano a fotografiar. Desayunamos en el bongo. Ya reposados, Carlos y otro amigo reclutado en la comunidad cercana nos guían en nuestra primera caminata por la selva. En fila nos adentramos en ella. El escenario que nos recibe es maravilloso en su penumbra color esmeralda. Hay muchísima humedad y pronto el ejercicio nos hace sudar profusamente. Columnas gigantes de árboles, murmullos de riachuelos, chapoteo de pisadas en lodazales, sinfonía de ramas y hojas al besarlas la brisa, croar de ranas y sapos, canto de pájaros invisibles. Bulle de vida el ambiente.
A cada instante nos detenemos para observar un insecto, una planta, una flor, una mariposa. Javier fotografía a cada momento y nosotras le imitamos. Caminamos bajo un dosel de hojas secas.
Termina el camino plano y comenzamos a ascender hasta llegar a unas formaciones pétreas cubiertas de epifitas, lianas y musgos. Le llaman “Cerro El León”. Las rocas grandes y altas se sobreponen, forman grutas que apenas alcanzo a avistar. Con cuidado vamos trepando con ayuda de los compañeros, en breve tiempo estamos ya en la cima, en “El Mirador de El León”. Área despejada de vegetación alta, podemos observar el extenso y hermoso paisaje circundante. Desde acá el río es una corriente brillante aquietada por el sopor.
El sol nos castiga con fiereza, no hay sombra alguna. Merendamos fruta y bebemos de nuestras cantimploras. Luego de un buen rato de contemplación, bajamos al campamento . Otro bañito en el río para refrescarnos. Sabroso almuerzo tardío preparado esta vez por Miguel y luego con nuestros peroles de vuelta al bongo, proseguimos la navegación.
Detenemos el bongo en un sitio imponente. Desde la orilla del río donde nos encontramos hasta arriba donde llega la vista, podemos ver irguiéndose verticales, cuadradas y redondas, majestuosas, grandes rocas negras...Este sitio lo llaman Piedras Tinajas. Rocas negras, que dicen son sagradas y místicas. Contemplo estos centinelas inmortales. Bajo del bongo sólo para sentir bajo mis pies la dureza y el calor de la piedra. Me estremezco al asociar la sensación física con la idea de lo sagrado y esotérico...
¿En qué momento pasamos Isla Ratón?, ¿Cuándo abandonamos el río Orinoco y entramos en el Sipapo? no sé. Ahora vamos a la Laguna de Mapuey, es un caserío pequeño donde vive la familia de Carlos. Está feliz de visitarlos, nos reciben con alborozo y alegría, niños y hombres, las mujeres no se ven. La creciente del río es enorme, varamos el bongo. Bajamos, el limo y las hojas descompuestas acumuladas en la orilla me hacen desagradable caminar descalza. Retirada de la laguna, se encuentran las churuatas de los lugareños y el campamento. Éste es espacioso y cómodo, se cuelgan los chinchorros y se instala la cocina, hay mesa y bancos de madera sin tallar y áreas con alfombras de moriche trenzado para colocar los morrales. Nos visitan los niños, entre ellas una preciosa niña de 4 años que parece el juguete de los demás, es la única hembra. Carlos conoce a un hermanito recién llegado al mundo, de sólo un mes.
Pronto se hace noche. Nos alumbramos con luz artificial alimentada con gas y con nuestras linternas. Cena y nos acostamos temprano. Esa noche fue de pesadilla, porque me enfermé a consecuencia de algún alimento o bebida, con bemoles, perduró hasta después de haber regresado a Caracas.
DOMINGO 6:
Un cigarrón impide que Corina salga del chinchorro esa mañana, la saluda por fuera del mosquitero y da vueltas y más vueltas, hasta que se cansa de que no lo tomen en cuenta y se retira. Desde antes de salir el sol, Javier salió a fotografiar. El rico aroma del desayuno nos invita a la mesa. Presente Javier, todos salimos a nuestra caminata de ese día. Saliendo del campamento por la parte trasera del caserío debemos llegar atravesando la selva hasta el Mirador de Mapuey, para retornar después por otro camino. Se nos informa de la gran invasión de zancudos por los sitios que caminaremos así que sacamos nuestros “velos de novia”, que impedirán el acceso directo de estos “bichitos” a nuestra preciada piel de la cara.. Apenas dejamos el área limpia del caserío y entramos al “monte”, el acoso brutal de los “mísiles vivientes” es aterrador. Sólo un resquicio de piel descubierta y lo toman por asalto. Los “zzzzz” de su zumbido me marean cuando pasan cera de los oídos.
Al principio la humedad no es mucha, pero a medida que nos internamos en la selva, el techo de las copas de los árboles se cierra y al sol se le dificulta penetrar. Secuelas de los chubascos frecuentes, el suelo está cubierto de ripio y muchas hojas secas. Encima de una rama, casi camuflajeada en ella, una larga serpiente lora. En el hueco de la raíz de un árbol, una tarántula se asoma empujada por el palito que Carlos introduce en él, sapitos mineros pequeñitos saltan, sus colores verde y negro, o amarillo y negro fosforescente refulgen, una mariposa grande y azul, coquetea en el aire frente a nosotros. En determinado momento Carlos se detiene , revuelve con un palo un túmulo de tierra amarilla al pié de un árbol, de inmediato salen de él dos grandes hormigas negras (3 cms) se mueven inquietas para detectar al enemigo. Son las temidas “3x24” como las llaman los Piaroas. Su veneno es mortal, si se recibe en gran cantidad. Por allí pasamos “volando” casi. Uno de los acompañantes de repente se “nos pierde”, sin distinguirlo pero cerca, oímos el sonido de las perdigones de su escopeta, y los ladridos de su perro, ello nos dio certeza que había cazado a un “picure”.
Carlos hace un limpio corte a la corteza de un árbol, de él “llora” una resina blanca, es el “Caucho Evea” antaño muy explotado y comercializado como recurso forestal. Distingo Yagrumo, Guamo, Congrio, Zapatero, Palmas. Salimos de la enrevesada vegetación y ahora estamos en una zona muy ancha y larga de piedra rugosa, que va en ascenso leve hasta llegar a una colina alta. Es el Mirador de Mapuey. Una vista hermosísima se divisa desde allí. Vemos el tepuy Autana y el río de su mismo nombre Pero la cantidad de “bichitos” es tal que apenas tenemos tiempo de hacer alguna fotografía y rápido descender de allí. Retomamos un camino por la selva húmeda . Carlos me detiene, se aleja un poco y con el machete corta una gruesa liana, me la entrega y me indica que beba de la parte cortada, succiono allí y maravilla, es deliciosa agua fresca lo que bebo, inodora, incolora pero no insípida tiene un lejano sabor dulzón. Pero como quita la sed. Proseguimos la marcha hasta llegar a un conuco abandonado. Una choza de palmas de Mavaco cerrada. La utilizan como refugio o para guardar implementos cuando los habitantes del caserío laboran por allí.
Descansamos un poco, comemos algunas naranjas y mandarinas y seguimos nuestro camino que nos devuelve al campamento. Sudadas cual esclavas egipcias, fuimos a bañarnos en un pozo del río cercano, dentro de la selva. Tuvimos un desafío mortal con los zancudos a ver quien se desvestía más rápido y se lanzaba al agua o a quien mataban antes los zancudos. Fue un baño de inmersión profunda, tipo caimán, con sólo los ojos y la nariz fuera del líquido, ni siquiera podíamos sacar una mano, porque “zuás” se llenaba de bichos picantes. Pobrecitos ¿Desde cuando no saboreaban el néctar sanguíneo citadino?..Salí fresca del agua, pero con dos chichones rojos de picadas en la frente, parecía que estuviera “cornuda”.
Almorzamos y descansamos esperando que bajara el sol. Ya cerca de las 5 de la tarde, con morral de ataque salimos del campamento, atravesamos el pozo de las “torturas” donde nos habíamos bañado más temprano y seguimos por la selva de nuevo . El sendero plano se hizo pendiente y nos llevó hasta el alto de una colina también toda roca negra. Javier nos informa que son del período pre-cámbrico que el color negro se debe a materia orgánica: Cianobacteria Stgnema Panniforme. Además que el color negro de las aguas que hemos visto todo el tiempo se debe al Tanino Umico que contiene.
Este sitio se llama "Laguna de Camino", y hay allí una laguna de color verde esmeralda que refleja el atardecer, rodeada de altas palmas e intrincada vegetación, atrás el Tepuy Autana y más atrás aún otras formaciones montañosas. Los hermanitos menores de Carlos sacuden un arbusto y de cerca de las raíces, escondidas, sacan a mano limpia, dos enormes y repulsivas lombrices rosadas, que a mi me parecen culebras. Las utilizan de carnada para la pesca. Vamos a un sitio casi escondido, allí sobre una gran piedra aún se pueden distinguir los vestigios de un antiguo petroglifo. Tiene forma de rana acostada con las patas extendidas y una gran cola, muy grande...¿Quién lo dibujó, cuándo, cómo, con qué?... Misterio.
Regresamos con Javier al punto más alto de la roca, donde se instaló y nos invita a esperar con paciencia el anochecer, quiere fotografiar el efecto de la luz lunar sobre el tepuy Autana. Ya entrada la noche nos retiramos con luz de nuestras linternas, la luna se ocultó. No me agrada mucho caminar de noche y menos por la selva..Atravesar el río en esas circunstancias es para mi aterrador y lo peor es que estaba réquete-fría.
Por ese día sólo nos quedaba la rica cena y a dormir.
LUNES 7:
Desayuno, nos despedimos de nuestros gentiles anfitriones y a navegar de nuevo por el río Autana.
Mirando a los lados y al frente, la vista se nos pierde en el verde horizonte infinito que es la selva amazónica. Excepto un pájaro que vuela alto, pareciera que no hubiese vida en ella. Navegar por esta bellísima avenida negra y ondulada es toda una deliciosa experiencia. Una tonina juguetea en el río delante de nosotros. Entramos a un gran túnel vegetal, se estrecha la cinta de agua que apenas se mueve con el roce del botalón. Es tan estática el agua que es un perfecto espejo que refleja el entorno. Javier se deleita tomando fotos acá.
Continuamos en la cuenca del río Autana. Ahora vamos rumbo al campamento Raudal de Pereza. El río aquí en torbellino enfurecido, presenta una nubada en forma de llovizna. Brama cuando las aguas chocan entre sí o con las rocas inundadas, se levantan en olas granizadas de mil colores, resplandecen al sol.
Unos metros antes de llegar a él, se orilla el bongo en un rincón donde el agua está semi-tranquila, cerca del caney donde dormiremos. Éste está lejos de la orilla del río, encima de una colina. Se cocinará en el bongo para no trasladar los utensilios sólo por una noche. El sol está calentando con fuerza y los “puri-puri”están enojados. Me hago un baño de “asiento” en un huequito alejado de la corriente fortísima. En compañía de Adriana le sigo los pasos a Javier que fue hacia la parte donde se ven los raudales más cerca. Saltando de una a otra roca, en un momento, pierdo pié y caigo en un canal, donde el agua en ese momento es muy bajita, pero justo al caer un reflujo de agua lo inunda con gran estrépito arrollante, sube el nivel y me arrastra, como puedo me sostengo de mi bastón y grito pidiendo ayuda. Adriana me ve, se viene resbalando, sin embargo como puede y con valor y solidaridad, atrapa la punta de mi bastón y me hala con bríos. Momentos de tensión de “tira y encoge” donde la adrenalina impera. Con su gran valiosa ayuda salgo del trance y nos abrazamos, los corazones no palpitan, galopan. El gran susto pasó. Hubiera podido llegar a Puerto Ayacucho en la navegación veloz de primera clase.
Contemplación y fotografía, se nos une Corina y decidimos bañarnos, pero bien lejos del brioso río, lo hacemos en un canal ancho de los muchos que se escurren por todos lados, una piscina natural.
Después de almorzar nos vamos de caminata por 3 horas por la densa selva virgen, es una rica mina botánica, un espectáculo multicolor, bellísimas bromelias, orquídeas fabulosas como la “Superba del Orinoco”, lo que engalana esta travesía. Recojo semillas con ayuda de mis amigos y muchas muestras para un amigo botánico. En nuestra ausencia otros turistas han llegado al campamento, pero vienen de paso, no se quedarán.
Mientras esperamos la cena, Carlos nos lleva a un mirador cercano, en la piedra más alta que hay en ese sitio, vemos el atardecer espectacular. Ya que estábamos cerca del lugar donde hicimos el baño esta mañana, pues lo repetimos.
MARTES 8:
Desayuno y navegamos ahora al revés, río bajo hacia el campamento Ceguera, acá hay una comunidad indígena. Ubicada frente al Tepuy Autana. Nos damos “banquete” fotografiándolo desde todos los ángulos. La creciente del río ha tapado la enorme y hermosa laja de piedra, que en verano forma una playa en sus orillas de arenas rosadas. Hoy el caney donde nos alojamos ha quedado casi a las márgenes del río, con la toma de playa del río. Hay mucho calor, pero acá no me apetece el baño, no me terminan de agradar esas aguas oscuras. Pasé lo que restó de la tarde leyendo, observando los alrededores y a las muchas embarcaciones que llegan o pasan levando o trayendo gente. Hay mucho movimiento de turistas. Encuentro muy grato con un amigo, Elbis quien fue mi guía en pasada excusión a la Serranía del Cuao. Al atardecer desafiando la nube de zancudos, subo a una curiara pequeña con Miguel, él ceba un anzuelo y me lo entrega, casi de inmediato el sedal se pone tirante y comienza a halar, mis manos parecen cortarse con la velocidad con que corre el sedal por ellas, grito y grito con emoción porque “aquél monstruo” me quiere tirar al agua, Miguel me sostiene por los hombros y luego entre los dos sacamos el trofeo: un hermoso bagre rayado de 3 kilos...Susto, que pelúo. En el piso de la curiara se ahoga sin aire, me da dolor ahora. Miguel dice que es un ejemplar muy solicitado porque es “fino” y sabroso..Yo como no como pescado, no sé si dice la verdad, pero sí se comprobó. Fue la cena y a todos gustó. Volví a echar el anzuelo, pero esta vez un “bichote” lo cortó limpiamente...Hasta ahí la pesca.
MIERCOLES 9:
Después de desayuno, Carlos con el amigo Alberto, en una curiara pequeña y angosta nos lleva y atravesamos el río Autana con destino al Cerro Uripicay, desde su cima se puede ver el tepuy lo más cerca posible. La curiara dejó el río principal y se internó por una brecha en la selva inundada por un trecho largo, hasta que no pudo navegar más. Nos bajamos con el agua a los tobillos. Caminamos chapoteando detrás de Carlos, pongo los pies donde él los coloca, no sea que me muerda una anaconda o un temblador me electrifique. Está muy fresco aquí, por todas partes nos cierra el paso la vegetación. Carlos machetea aquí y allá. El entorno es precioso, el olor rico a humus, a flores, efluvios suaves y fuertes. Como el terreno comienza a empinarse el suelo ya sólo está mojado, no hay agua a borbotones. Una bella hondonada con un riachuelo de aguas oscuras, casi negras. Serían casi 3 horas de subida por aquella inmensidad de selva, y de sorpresa estamos en una zona despejada, árida, con el sol cayendo “a pico”, es la antesala del mirador que está todavía mas arriba..Trepo este sendero de rocas casi a “gatas”, un esfuerzo más, me digo, agarrándome de la roca logro conquistar la cima en poco tiempo, allí se encuentra desde hace rato Corina. ¡Whuaooo!. Que espectáculo. Corina semeja una diosa sentada en su trono de piedra, detrás de ella el vacío y la selva profunda y de telón de fondo el imponente Autana.
Me concentro sobre el objetivo principal en esta mañana, contemplar de cerca el tepuy, con 1.300 metros de altura, se ubica al este del Padre de los Ríos, el Orinoco y entre los ríos Cuao y Autana. ¡Que emocionante estar allí! La montaña sagrada, así lo llaman los indígenas. Este espectacular cerro se eleva como una gigantesca torre. En su base la vegetación endémica es escasa. Un banco de nubes oculta su cima, pero igual rápido se despeja, sus paredes de piedra están húmedas o cubiertas de pélicula constante de agua que desciende desde su pico al suelo. A lo lejos puedo ver el campamento Ceguera, las vueltas y revueltas del río. Transcurre el tiempo y no nos damos cuenta, sentada en la hierba no me canso de mirar y admirar tanta bellezura. Sólo el sol canicular e inclemente me devuelve a la realidad. Es hora de descender. Lo hago con sumo cuidado y a veces hasta con la técnica del “culi-cross”. Dejo a mis compañeros arriba porque así lo quieren y acompañada de Alberto me devuelvo por el mismo sendero. Los pasos ahora son más rápidos. El calor sofoca. Nos desviamos del sendero en algún punto, por allí escondido entre plantas y piedras corre un riachuelo formando varias pozas. El agua es cristalina y fría, la arena y las piedrecillas del fondo se ven detalladamente. ¡Que delicia! Buen rato estuvimos allí, nos alcanzan los amigos, todos seguimos caminando hasta donde nos espera Miguel y la curiara . Regresamos al campamento.
Esa noche fue bellisima y terrorífica. Desde la tarde se anunciaba tormenta en el cielo, grises nubarrones tapaban al sol, comenzó a llover primero suave, pero ya en la noche se oyeron truenos muy fuertes. Eran las 11 y tantas de la noche, acostadas en los chinchorros, el ruido del agua azotando impiadadamente el techo de palma del caney, el viento se oía silbar y hacía “volar” las cosas que no estaban sujetas a algo, el agua del río se oía “rugir” furioso, yo temía que se desbordara y alcanzara nuestro refugio . Retumban y ensordecen cada vez más los truenos, la lluvia arrecia. Rayos y centellas aparecen y desaparecen con rapidez. Nuestros guías nos vigilan, así como al bongo que previsores amarraron muy bien, pero que puede irse a la deriva. Evaluán la situación. El techo trenzado de palmas es impermeable. En un destello de luz, en un rincón veo a Javier en cuclillas, con sus cámaras, captando todo lo que la naturaleza indómita le ofrece. Estuvo en ello hasta la 1 de la madrugada.
En la mañana todo tranquilo y en calma. De la noche anterior sólo quedan destrozos en las orillas del río. Volvemos a navegar, nos detenemos a conocer y a comprar refrescos en la comunidad de Pendare (capital del Dto. Autana). Está muy visitada, han concluído los juegos y la gente está por allí celebrando. Pasadas cuatro horas llegamos a nuestro último campamento en ese viaje: Manaca.
Personalmente de todos los campamentos es éste, el que más me ha gustado. Situado en lo alto de una colina, no muy cerca del río. Hay un amplio caney y una churuata unidos. Delante de ellos 2 bancos de troncos, para disfrutar el paisaje. Estamos en una curva del río. Hay bastante tráfico hoy subiendo y bajando por éste. Después de instalarnos y almorzar, Carlos nos invita al “tobogán del río”.
Apenas son unos 15 minutos de allí. Nos internamos por la selva, ascendemos una cuesta fangosa, pasamos varias rocas grandes y allí está: Por sobre un lecho de piedra rojiza corre un riachuelo rápido, no caudaloso. Se desliza en escalones y caen en una “piscina” preciosa bastante grande. Allí nos bañamos, incluso nadamos un poco porque tiene una parte algo profunda. El agua traslúcida nos permite observar cualquier detalle del lecho. Por sobre mi muslos nadan impasibles unos peces medio grandecitos, pican duro. Lástima que hay profusión de zancudos. Tenemos que colocarnos nuestros velos de novia en la cabeza, lo único que tenemos fuera del agua. Si desvestirnos fue una odisea, el vestirnos fue una batalla, evitando el ataque en masa ahora de unas pequeñas avispitas amarillas, molestosas. La ropa oscura, sobre todo la negra, están cubiertas totalmente de estos insectos.
Moviéndonos cual veletas dislocadas, salimos de allí corriendo.
De improviso se desata un aguacero tremendo. Javier se ha distanciado y lo buscamos con inquietud, acá es muy fácil extraviarse, no hay camino alguno, se camina por entre y sobre las rocas, y ellas son grandes y casi iguales a mi vista. Sólo el guía sabe como encontrarlo. Suspiro, llega Javier. El bajar se ha tornado bastante difícil, las rocas con el agua son traidoramente resbalosas, pasamos con cautela y aún así caemos. Decido bajar a “sentadillas”. Con esa técnica logramos atravesar la zona “pelúa” y llegar al senderito de tierra y al campamento.
En la noche ya escampado, Carlos nos alegra la vida encendiendo una fogata cerca de nosotras sentadas en el banco, en el saltarin fuego asamos salchichas ensartadas en palitos ¡Rico!.
Crujen las maderas y emanan un fragante olor. Allí mismo cenamos y con los últimos vestigios de la madera quemada nos dormimos.
JUEVES 10:
Me quedo descansando en el chinchorro mientras mis amigos vuelven al tobogán...Filósofa pienso sobre “la vida dura que estoy llevando” en este instante.
Todo el equipaje ya embarcado, regresan los compañeros y de nuevo a navegar.
Carlos nos tiene la última grata sorpresa, enrumba el bongo hacia un costado del río, allí semitapada por la vegetación encontramos otra cascadita, “Los Caracoles” le llaman. El agua corre de baja altura por una ancha bajada de piedra, las aguas claras se reunen en un amplio pozo. “la bañera está lista”. Almorzamos en el mismo sitio y ahora sí, el definitivo retorno a Samariapo.
En algún momento las aguas obscuras se cambian amarillentas, y es que volvemos a navegar por el Orinoco. En tres horas estamos en el puerto. Nos espera Henry con la camioneta. Se desembarcan y cargan los bártulos del bongo a ésta y decimos adios con nostalgia a la zona. Rumbo a Puerto Ayacucho.
Nos hospedamos en un simpático hotel hasta el día siguiente. ¡Que felicidad dormir en un mullido colchón!
VIERNES 11:
Aprovechamos el día para hacer algunas diligencias personales, ir al mercado artesanal indígena, al mueso etnológico. Más tarde Henry fue por nosotras y nos llevó al ” Tobogán de la Selva” sitio turístico donde el río fue acondicionado e integrado al paisaje en una estructura de parque recreacional. No me emociona mucho. En la tardecita, después, un gran chaparrón de agua, ya estábamos en el terminal, nuestro autobús salía para Caracas a las 7 de la noche.
Nos despedimos de Adriana que saldría mas tarde para Puerto Ordaz.
Esta vez el viaje fue rápido, en las gabarras tuvimos paso franco, sin embargo al llegar a San Juan de los Morros, había un atasque de tráfico donde esperamos 1 ½ hora y al fin nuestro chofér se dio la vuelta y tomó otra vía, que obviamente nos retrasó el viaje de nuevo.
SABADO 12:
Son las 10 de la mañana, llegamos a Caracas...Sanos, salvos y felices. Otra gran aventura, nos vemos en la próxima.
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